domingo, 4 de marzo de 2012


¿Cómo aplicar “Los Derechos Humanos” a la vida cotidiana, sin llegar a pleitos?

Una manera de hacer viva la letra

Por José Luis Thomas
Hay mucho material sobre Los derechos Humanos. Escrito y oral. Con fundamento y con delirio. Son términos que se manejan con mucha soltura por estos días. Por eso me he preocupado por ir un poco más allá o dicho de otro modo, alejarme para mirar con perspectiva.
Y como todo acto de observación de la realidad en la que se manifiestan estos clamores sociales rozando los bordes más opuestos, se vuelve interesante establecer un punto de partida o un ángulo desde el que mirar con objetividad. Asimismo se necesita un catalizador para poder analizar lo que surja de esos elementos que componen la sustancia observada.
En este caso el catalizador será “el sentido común”.
Para ello debemos remontarnos a épocas en las que ése concepto tenía mayor validez para las relaciones entre los individuos. Por estos días es casi una utopía. Y no faltará quién se quede sorprendido ante tamaña afirmación. Nos está ganando la desmesura, los exabruptos, las insolencias, y las imposiciones donde el prepo es la fuerza de choque que intentan imponer ciertos grupos sociales cada vez más numerosos, haciendo gala, precisamente de los “derechos humanos”.
Ese sentido tan especial e impalpable “llamado común” puede manifestarse naturalmente a medida que uno vive o puede estar incentivado por la educación no sólo la académica, sino y sobre todo por la que se recibe en el hogar; la que deviene de una conciencia que incluye “al otro” en el universo personal; al que se le reconoce el mismo origen y la misma naturaleza. Estos solos conceptos ya presuponen que el sujeto que los reconoce tiene un sentido amplio y dinámico que lo orienta de manera natural y espontánea para “discriminar” es decir “ver las diferencias” entre las cosas y las acciones de este mundo.
Tener ideales y aplicar políticas encarcela esa capacidad natural y la vuelve rígida y dependiente de ese conjunto de normas y reglas en favor de una estructura de poder que se erige como guía que marca rumbos y establece “divisiones”. Todo poder se vuelve tal al apoyarse en el voto, que lo legitima, y en “eso reside el mayor peligro”: no es una verdad indiscutible que “la mayoría sepa lo que hace” es decir: para tener conciencia de lo que sería justo y necesario habría que “tener sentido común” libre de emocionalidades, apetencias personales, egocentrismos, sentimentalismos ignorantes, puesto que el ser humano es un “todo”, debe funcionar al unísono el cuerpo , la mente y el alma, no una sola de ellas, porque de ser así no establecería una acción holística, abarcativa en la que todo el conjunto humano fuera beneficiado.
De tal forma que el poder de turno elegido por la mayoría puede ser “inclusivo” o “excluyente”, con esto quiero significar que hay poderes que aceptan las diferentes corrientes de pensamiento en todos los sentidos y hay quienes sólo admiten las que consideran válidas para su “ideal” político o perfil filosófico, religioso o personal que le permita mantener “ese poder” intentando volverlo absoluto, en una especie de “psicosis” que niega la “relatividad de todo, aún cuando sea una verdad científica inapelable. De estos perfiles totalitarios y fascistas el mundo ha tenido y tiene en su historia múltiples y variados ejemplos que es innecesario nombrar porque forman parte del acerbo popular tanto de los que están de un lado como del otro de las ideas sobre “cómo debería ser la vida”.
Por eso y para intentar aplicar “los derechos humanos” que en su preámbulo y artículos es muy claro, puesto que se está manifestando en el plano ideal de la letra escrita, sólo que “la realidad en la que se dan las relaciones humanas está “en otro plano” que convive con multiplicidad de planos, todos válidos. Por eso es necesario apelar “al sentido común”; y para que éste esté vivo y sea real debemos ir hacia el origen; reconocer la esencia básica que nos hace humanos, libre de toda teoría que administre la vida desde “el tener”, puesto que somos “el ser”.
Para aplicar el “sentido común” inequívocamente debemos volver a darle “valor al ser”, que a su vez es parte integral de la naturaleza con todos sus reinos, no está separado de ella en lo más mínimo y es una estructura que debe mantener sus partes en equilibrio como por definición es toda estructura: un conjunto de elementos que mantienen una relación más o menos estable entre sus partes.
El sentido común le da al individuo un espacio en el cual “verse a sí mismo en relación a los demás” al tiempo que reconoce que “el otro” es “también un individuo”, otro ser humano y en ese espacio de tiempo, reconoce las diferencias, “que no son las básicas” puesto que son dos seres humanos terráqueos, pero sí puede darse cuenta, o por lo menos percibir, las diferencias evolutivas, que no significan superioridad de uno sobre otro, sino que refieren a las capacidades que se desarrollaron por “acción volitiva” es decir como resultado del esfuerzo y la incentivación en el desarrollo de la inteligencia intelectual y práctica. Algunos amplían su intelecto y otros la mejor manera de ganar dinero (dicho en forma básica y siempre partiendo de la base de hacerlo con honestidad). Esta última palabra “honestidad” es parte de una educación en la que se tienen en cuenta “al otro”; primero se deber ser honesto con uno mismo para serlo con el semejante; pero no se puede siquiera rozar ese concepto si no se tiene sentido común.
Porque “si todos tenemos derechos” pero estamos cegados por las emociones, los resentimientos, la ignorancia, los deseos desmedidos, sin lugar a dudas estaremos cegados para reconocer los derechos del otro y creeremos sólo en los nuestros. Está ceguera lleva a la violencia. No puede ser resuelta por la ley, que podrá aplicarse a un caso particular para dirimir diferencias, pero “esa discapacidad para tener sentido común y sentido de derecho” saltará por otro lado y lo más peligroso para una sociedad, “intentará agruparse, embanderarse políticamente” para “atropellar” “basados en el “poder”. No estoy hablando de un poder con nombre y apellido; puesto que es un concepto general que es parte de la humanidad.
El tema pasa por reconocer la causa que nos vuelve “parciales”, egocéntricos”, separatistas, y nos impide “ver”.
¿Ver qué? Por ejemplo:
De acuerdo con los sucesos acaecidos en la Calle Florida de Buenos Aires.
Allí se intenta aplicar “los derechos humanos”.
La calle Florida es una calle histórica (o cualquier espacio público en el que confluyen determinado valores que lo hacen tal) Cualquiera que conoce algo de historia sabe lo que significa y no puede desconocer “el valor” patrimonial que tiene. Pero patrimonio “no quiere decir, que porque nos perteneces a todos podemos hacer cualquier cosa con él”.
Usos y costumbres ha ido determinando su valor y su sentido. Tiene un nivel que no podemos mezclar con enfrentamientos “entre ricos y pobres”; es parte de una evolución que se basa en un conjunto de elementos materiales, artísticos y testimoniales que le otorgan un nivel que se fue construyendo con el tiempo. No puede interferir el “resentimiento de clase” impulsado por ideales de algún poder político que utiliza esos conceptos para dividir, acumular poder basados en una falacia, puesto que históricamente ese poder” que descalifica a la clase aristocrática o alta por su poder económico, al mismo tiempo la emula, acumulando riquezas personales, utilizando la credulidad de la masa que los apoya en forma descarada, mientras los dirigentes se enriquecen “siguiendo a esas clases altas a las que intentan destruir con discursos y medidas aparatosas para encandilar a esa masa cegada”. Pero todo esto no lo ve el conjunto ignorante que los sostiene, “creen en el palabrerío cegador de la justicia social y de los derechos humanos”, sin darse cuenta que para que los derechos humanos existan “hay que primero tener conciencia de la propia humanidad” y cuando en verdad se la tiene, se abre la comprensión y se incluye al otro sin intentar eliminarlo por lo que sea que nos imaginamos que es o tiene.
Los derechos humanos comienzan mucho antes de un preámbulo y unos artículos, nacen en la conciencia humana misma y si no es así, es estéril la aplicación externa. Será una justicia forzada. Y todo lo que se impone de tal manera no induce a la evolución, por el contrario, la pone en “espera”, para saltar luego por cualquier causa. Lo que verdaderamente hace a la evolución es la educación; primero la que surge del hogar, y luego la que se imparte en los colegios.
Si no modificamos la conciencia, si no incluimos el “sentido común” siempre andaremos en la periferia, perdidos. Si el sentido común nos impulsa, los derechos humanos son una extensión natural que siempre se expresará sin llegar a confrontar.
Pero claro, estoy hablando de evolución, de conciencia de ser, de niveles donde se da la bidimensionalidad donde los hombres de este planeta comprenden que “el ser está en el hacer y no en el tener”, eso sí, es necesario tener “amor”.

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