sábado, 18 de diciembre de 2010

Ay!!! con eso de quedarse pegado y no cambiar... “uno”...

(aunque nos parece importante que cambien los demás!!!!!)

Nota publicada en Notiserrano 109

La generalidad se queda pegada a sus conceptos sobre los diversos temas o creencias que adquirieran alguna vez en su vida, ya sea por desidia para pensar de otra manera; quizás por temor a ver las cosas de un modo diferente o por temor a quedarse sin sus queridas ideas, aún cuando éstas estén perimidas.
Ver la realidad es despojarse de los conceptos y preconceptos que fuimos adquiriendo a lo largo de la vida por imposición, comodidad, conveniencia, autoritarismo o cualquiera de las formalidades conceptuales o de hecho que solemos asumir como absolutas.
Todo es relativo. Todo cambia. Nada permanece; aún lo que más amamos o aquello a lo que nos aferramos como “idea” que pareciera darle sentido al mundo en el que nos enseñaron a padecer y a gozar, en virtud de creer en algo diferente de lo que es y por lo cual nos pasamos al vida esperando. En ese esperar macilento, multifacético y nauseabundo se nos va la existencia. Le hemos dado al pensamiento una rigidez nefasta.
Vivimos en tropel; tal cual el término que define el paso de animales de gran porte; somos puro instinto básico egoísta, aún cuando seamos grandes profesionales que se supone aprendieron a pensar. No hay intelectualismo que valga ante la idea del ego amenazado. No le damos valor a la inteligencia emocional.
Nos encanta llenarnos la boca hablando de la justicia social; de beneficiar a la humanidad, pero siempre desde afuera; desde alguna entidad gubernamental o privada que nos evite el esfuerzo personal de tener que asumir nuestra responsabilidad personal; individual, que involucra asumir al otro como parte de uno mismo. ¡Si claro! Si es de nuestra familia quizás estemos más dispuestos a sumir al otro! Pero jamás consideramos al anónimo parte integral de nosotros mismos. Que de ellos se haga cargo algún organismo oficial. Pero hete aquí que ese es el comienzo de todas las desventuras sociales, los desatinos, la guerras, los holocaustos; cuando nos desentendemos de nuestra interioridades y su manifestaciones conductales (de conducta) que son las que interactúan con los demás congéneres.
Las guerras no son algo lejano generado por las diferencias de dos o más países; las guerras son una actividad constante surgida de nuestros egoísmos y diferentes posturas personales que nos dividen constantemente en todos los sentidos; políticos, sociales y religiosos. Así en lo micro como en lo macro. Toda gran guerra comienza en las divisiones y en la discapacidad para dejar de lado los egos en pos del bien común.
Siempre esperamos que cambien los demás, que “entiendan los otros” “que aprendan los otros”; considerando siempre a “los otros” como entidades separadas de nosotros; como si esos “otros” no vinieran de la misma madriguera cultural en la que abrevamos cada uno. Creemos que “el otro” es quien debe cambiar; modificar sus hábitos, sus creencias, sus posiciones esperando que de esa manera se nos faciliten las propias consecuencias del vivir.
Todo organismo, asociación, oficial o privada, está formada por la miserable unión de las voluntades particulares. Y ese grupejo está integrado por seres egoístas, es decir por personas apegadas a sus ínfimas ideas sobre las cosas del vivir, así tendremos resultados parciales que jamás contribuirán a cambiar la naturaleza humana.
El gran trabajo de cambio es con uno mismo; “darse cuenta” de lo que uno es, de lo que uno piensa, de lo que uno siente, de cómo actúa cada vez frente a los diversos juegos del relacionarse entre los congéneres. Y si nos cuesta darnos cuenta cómo somos; no tenemos más que mirar el propio reflejo en los demás; esos seres con los que entablamos relaciones y que reaccionan de acuerdo a los estímulos que reciben de nosotros.
No hay necesidad de hacer grandes esfuerzos; ni de meterse en agrupaciones filantrópicas o religiosas que a la postre se convierten en sectores de poder corruptos; hay que trabajar con uno mismo, dar y compartir lo mejor, luego de haber tomado conciencia de las bajezas personales “esas que siempre tenemos en algún espacio de nuestra naturaleza cubierto con vidrios polarizados”.
Hoy, ahora y aquí, tenemos y estamos relacionados con nuestros deberes y obligaciones; en cada instante nos enfrentamos a los posibles modos de hacer de la realidad un espacio donde el amor y la comprensión fluyan libres de todo control mental sujeto a conveniencias.
Pero si no estamos dispuestos a cambiar en lo individual; no pidamos que el cambio venga desde afuera, ni que los gobiernos hagan algo distinto de los que somos en pequeño espacio cotidiano; puesto que “todos los partidos políticos; las derechas, las izquierdas y los centros con todas sus variables ocasionales y convenientes; están integradas por individualidades que no están dispuestos a cambiar; es decir nosotros, cada uno de nosotros. Los que integran los gobiernos salieron de entre nosotros; por lo tanto no pueden ser diferentes.
No esperemos milagros: miremos la historia de la humanidad; su evolución material; el pensamiento es un proceso material; nos hemos sofisticado en todas la áreas del devenir intelectual; sin embargo; el mundo cruje; atentamos contra la ecología; malversamos los fondos que podrían erradicar el hambre del mundo; manipulamos la medicina que debería ser para todos, puesto que se supone que descubrir la cura de alguna enfermedad es para los humanos que habitamos la tierra, sin embargo hacemos el comercio más vil; dividimos nuestro pensamiento y sentimiento religioso poniendo a Dios mismo en la arbitrariedad de dividirse para satisfacer los fanatismos y contradicciones de religiones materialistas que devienen en fuentes de poder malsano. Hacemos la guerra por todo. Estamos aún atrincherados en las fronteras de nuestros países.
Seguimos esperando que algún iluminado nos resuelva el problema de vivir; no queremos hacer el esfuerzo individual de cambiar. Si no cambia nuestra manera de pensar y sentir, jamás cambiará el entorno.
Sé, que parece loco, descabellado esto que digo; porque lo primero es pensar y preguntar ¿cómo va a cambiar lo que pasa en el mundo, con mi pequeño cambio personal? Y es justamente esta idea plantada la que nos impide sumar las voluntades para el cambio total.
Ahora pregunto ¿es que el mundo ha cambiado sustancialmente desde que comenzó la vida en la tierra? NO, seguimos igual que en el pasado; llenos de egoísmo, discriminación, avaricia, bajos instintos, desidia moral y material, divididos por el pensamiento religioso y político.
El cambio individual modifica instantáneamente la apreciación ontológica de nuestra ubicación en este mundo; nos pone en sintonía con el “otro” como parte integral de uno mismo. Asume que uno está hecho con los mismos elementos químicos que la tierra y el universo; por lo tanto se los mira como parte de uno y se comienza a amarlos y cuidarlos porque en definitiva somos iguales. Se deja de esperar que los demás decidan cambiar y es uno el que modifica sus conductas y reacciones que son las que desencadenan desencuentros y propenden a procrear facciones. Uno se libera de uno mismo, de la carga de creer que se es especial. Natural y espontáneamente se comienza a trabajar por la unidad. Se descubre la naturaleza del amor y la comprensión; se aflojan tensiones; se tiene en cuenta “lo que es” no se espera por “lo que debería ser “ o “lo quisiéramos que fuera” y en ese proceso de aceptación de la realidad como una creación propia se deja de echarle la culpa a los demás de lo que somos y de lo que nos pasa. Y esto da una gran paz. El “ser” deja de basarse en “el tener” y descubre la maravilla del “hacer”. Cuando se deja de “esperar”, de responder a lo que se espera de uno, es que se descubre el valor incalculable de “la autenticidad” y se comienza “a ser como se es” naturalmente, sin imposiciones ni demandas.
Dentro de cada uno están las preguntas y las respuestas. No las busquemos afuera porque nos llegarán distorsionadas; pasadas por la interpretación inductiva de quien la da.

José Luis Thomas